Peinar la piel

Cuando el alma besa y araña el cuerpo

Levanto mi piel y voy abriendo suavemente los caminos por donde ha ido pasando tu recuerdo.
Y hago el recorrido de mis venas, me acerco para retener tu olor. Cada partícula de mi cuerpo, cada célula me habla de ti, de tu ausencia. El olor de mi sangre es tu olor, tu presencia es la escritura rasgada del corazón en mi piel.

La obra se va construyendo en sí misma, como tejiendo su propia autobiografía, su propio camino y su destino. El camino es siempre circular, conduce siempre al mismo punto de origen, ese silencio del que surgimos y del que surge mi obra, el silencio del alma atenta.

Esta obra es  ante todo epidérmica. Es un diálogo entre la piel y la memoria.
En las obras que presento en “Peinar la piel”, la piel se abre para mostrar sus huellas y recuerdos. Pieles que esconden, pérdidas que no pueden ser dichas, lamentos que tienen que ser callados, emociones que a fuerza de ser retenidas han quedado grabadas como un rasguño, como un tatuaje. Es una obra construida con la memoria de la sangre, del sudor, del llanto, del miedo, de la impotencia, de la alegría, de la duda.

La piel es también protección de nuestro interior, de nuestras entrañas. Lo que siento que hago, es desenrollarla y tirar del hilo, del hilo que llega a las venas, que enhebra las gotas de sangre, lágrimas, semen, leche, que llega al corazón y a los pulmones, que hurga en los escondrijos del alma, olfatea la nariz y observa los ojos, lee los pensamientos mas ocultos , la frágil piel de la memoria, teje y desteje los músculos, el pelo, las uñas y regresa y vuelve a enrollarse y a enredarse.

Me gusta el ser humano por dentro porque allí somos todos iguales, no hay raza, ni religión, ni grupo social, ni idioma. La piel es la única frontera que me interesa, la frontera que separa nuestra casa interior de nuestra casa exterior, es una frontera porosa, protectora, elástica y humana.

Una larga cabellera es símbolo de fecundidad espiritual, de poder y fuerza de persuasión. Es a la vez protección y vestido para nuestra piel, crece de forma espontánea y continúa creciendo aún después que el alma ha desencarnado. Es un símbolo, nos distingue y marca una etapa de nuestra vida. Cortarse el pelo durante una depresión es abandonar, entregarse al destino oscuro. Sé de quien cortó su larga trenza y la depositó sobre su lecho antes de abandonar al marido traidor.

Perder el pelo es envejecer. En mi obra, piel, músculo, pelo y sangre se apelmazan creando imágenes que pretenden ser la voz del círculo de madres de abuelas, abuelas de hijas, hijas de nietas, nietas de madres…

Luz Ángela Lizarazo
Madrid, octubre 14 de 2004